Ayer pasé por tu casa, me tiraste con un libro. Resultó ser el libro de Turdera, aquel que diera el mágico origen a la localidad bonaerense homónima mientras era escrito por un ilusionista. ¿Pero qué te has creído? Tenías el libro y no dijiste nada. Todo el mundo buscándolo, todos creyéndolo oculto en la Cueva del Villano, junto con el resto de los tesoros perdidos de la humanidad.
Pero al final al libro lo tenías vos, y con él la posibilidad de quemarlo, aunque fuese por accidente. Pudiste dejar toda Turdera carbonizada. Pudo agarrarlo el perro y despedazarlo ¿te das cuenta? Quién sabe lo que hubiese pasado si se te ocurría volver a poner en orden esas páginas, que no tienen título y que no están numeradas. Un caos espacio-temporal, limitado por Segurola, Frías, 9 de Julio y la vía. Me lo figuro y la idea me atemoriza. Las casas y las veredas desacomodadas, los autos andando al revés, la gente esperando media hora el 51 sólo para ver llegar el tranvía a caballo, la puerta de la cocina que da al baño, y la del baño al dormitorio del vecino, los vivos enterrados y los muertos festejando, el hospital convertido en puesto de frutas, las calles con nombres de próceres aún no nacidos, las vacaciones y el recreo ocultos detrás de un pizarrón, las clases que no terminan nunca, el oficinista intimando con la esposa de su jefe, el jefe que los descubre y ellos que le echan la culpa al caos de Turdera.
Decí que ayer pasé por tu casa y me tiraste con un libro. Decí que fue el libro de Turdera y que ahora lo tengo bien guardado, de lo contrario no sé, no sé que pasaba.
(c) Guillermo Galli
No sé por qué me viene a la cabeza «las ciudades invisibles», de Italo Calvino.